miércoles, 24 de agosto de 2016

Comentarios sobre el Ingenioso Caballero Don Quijote De La Mancha

Fotos: Lolita Firefly (@LolitaFirefly)


Que trata de cuando terminé de leer el Quijote, lo que sentí, pensé y divagué. El que quiera entender, que entienda.



XALAPA, Ver., 3 de noviembre de 2010.- Ya no recuerdo mi primer encuentro con el Quijote. Tal vez ocurrió con una versión infantil de sus historias en la biblioteca de la primaria, o quizás lo vi representado en forma de parodia en un comercial o caricatura. Tal vez alguien me platicó la historia o puede ser que haya visto alguna película del Ingenioso Caballero.

El caso es que en algún momento de mi vida comencé a tener una obsesión, así como él, con el periodo medieval: con los caballeros andantes y también los sentados en mesas redondas; con damiselas en desgracia y su respectivo gigante o dragón; con las ciudades españolas medievales como Castilla y Toledo, y sus impresionantes fuertes, murallas y almenas, y, por supuesto, con el famoso Caballero de la Triste Figura, montando al gran Rocinante al lado de su pequeño y barrigón escudero Sancho Panza.

Lo que sí recuerdo vívidamente es que un día, al llegar de la preparatoria, encontré en mi casa un ejemplar nuevo de Don Quijote de la Mancha, en su edición especial de la Real Academia Española. Para ese momento de mi vida había leído varias versiones resumidas de la obra y ya sabía muchas de las aventuras del que se había convertido en mi héroe. No obstante, al ver ese libro blanco que, aún sin saber lo que era la RAE, se me figuraba tenía facha de importante, inmediatamente empecé con la primera de varias lecturas fracasadas.

“En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…”

Sin permiso, tomé el libro de la colección de mi padre como mi compañero de viaje para los años de universidad y, aunque pasé cerca de un lustro con este libro en la mesa de noche de mi cuarto, nunca pude pasar del capítulo 20.

            Mientras cursaba el séptimo semestre, ya en el área de literatura, le comenté a un profesor sobre mi dificultad para leer el Quijote. Él me respondió que para leer ciertos libros se requiere preparación y que después de un par de semestres de estudios literarios sería capaz de leer ese libro sin problemas. Ilusamente le creí eso de “sin problemas”.

Retomé hace un par de meses mi viejo libro dispuesto a exprimir cada letra en él y cuando llegué al capítulo 21 sentí que había roto la barrera que me impedía avanzar. Sin embargo, las aventuras de Don Quijote de la Mancha nunca deben ser tomadas a la ligera.

Su autor, Miguel de Cervantes Saavedra, hace un despliegue de recursos literarios y nos llena de sonetos, versos, relatos cortos y refranes, sin dejar de lado la complicada jerga utilizada por Don Quijote, que además de ofrecernos variedad en el tono del texto, nos regala por añadidura una lectura muy fatigosa.

Al concluir por completo el texto me di cuenta que por fin había vencido las más de 1000 páginas que tanto me había costado leer; por fin había leído todas las aventuras del mítico héroe que para mí habían estado rodeadas de una nube de misterio. Y no solo eso, lo leí lo suficientemente preparado para no perderme detalles que me hicieron disfrutar todavía más de la obra.

Dice el doctor Gutierre de Cetina, en su aprobación del segundo tomo del Quijote, que el libro “no contiene cosa contra la fe ni buenas costumbres, antes es libro de mucho entretenimiento lícito, mezclado de mucha filosofía moral”. Y decir esto de las aventuras de un loco de remate suelto en el mundo no es cosa fácil de afirmar. No obstante, el doctor se quedó corto en su descripción del gran legado ético y filosófico que la obra nos deja desde la primera página hasta los epitafios al final.

Puede ser cierto lo que Cervantes afirmó: que su obra sólo pretendía “poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías”, pero el autor español no se imaginaba que su novela no sólo funcionaría para iniciar el declive de los libros de caballerías, sino que se convertiría en un texto atemporal de carácter universal que, a más de 400 años de su publicación en 1605, aún nos puede enseñar sobre la locura, la amistad, el amor y la muerte.

En mi cuarto tengo una copia del retrato que Picasso elaboró del Quijote y su fiel escudero. El uno, alto y estirado, y el otro, pequeño, en su borrico. Al ver ese cuadro, recuerdo que ante cualquier aventura, siempre es necesario empacar primero a un amigo que te acompañe. Y es que Don Quijote y Sancho Panza trascendieron más allá del simple concepto caballero-escudero: el buen Quijote no habría pasado de los primeros pasos sin un Sancho Panza que creyera lo que el loco Caballero imaginaba y lo curara cuando fuera menester.

Cuando Don Quijote, al comienzo de su último viaje, amenazó con remplazarlo, Sancho se echó a llorar, no por la paga que no tendría sino por el amigo que partía sin él. Conforme la locura de Don Quijote, y al mismo tiempo su amistad con su escudero, aumentaba con el tiempo, Sancho Panza comenzó a citar antiguos versos de romances caballerescos, mientras que su amo-amigo empezó a hablar con refranes al más puro estilo de su villano compañero, confirmando que “el que entre lobos anda a aullar se enseña” o que “al que anda entre la miel, algo se le pega”.

Asimismo, Sancho Panza resumió su cariño, respeto y devoción a su amo cuando mencionó: “Pues soy más mentecato que él, pues le sigo y le sirvo, si es verdadero el refrán que dice: ‘Dime con quién andas, y decirte he quién eres".

Cuando Sancho se va contento a la Ínsula de la Barataria, por merced de los duques, el escudero se revela como el hombre que posee la sabiduría del simplón, el juicio de los honestos y el honor de quien ha vivido al lado de un gran caballero y lo ha tenido por amigo, maestro y compañero. Vemos en el libro una marcada evolución entre ambos, a tal grado que al regreso de las aventuras ya no vemos a caballero y escudero, sino a dos amigos que se respetan y se quieren tanto como para cuidarse y procurarse entre los dos sin compromiso de ningún tipo.

Otro de los más fascinantes tópicos en la obra, es el amor por la “bienamada y sin par Dulcinea del Toboso”, cuyo enamorado profesaba más que amor cortés, un amor puramente ideal: “Dios sabe si hay Dulcinea o no en el mundo, o si es fantástica o no es fantástica; y éstas no son de las cosas cuya averiguación se ha de llevar hasta el cabo”, respondió Don Quijote a la duquesa al indagar ésta sobre la verdadera existencia de Dulcinea.

Todo el mundo, joven y viejo, ha tenido, tiene o tendrá una Dulcinea, y no me refiero a que se enamorará de una mujer o de un hombre, me refiero a ese amor puro y sin mancha por algún concepto que nos hace realizar locuras en Sierra Morena, enfrentarnos a cualquier enemigo, sea el de los Espejos o el de la Blanca Luna, lanzar suspiros y, cuando por fin abrimos los ojos a la realidad y vemos convertida a esa Dulcinea en una villana cualquiera, simplemente nos excusamos y decimos que son los malvados conjuradores los que nos confunden la vista.

La Bella Dulcinea, que deja muy atrás a su origen en Aldonza Lorenzo, se transforma en un ideal personificado, un ideal al que, incluso en la derrota final, Don Quijote se aferra con amor y honor, mostrándonos que quizás se pueda perder todo en la vida, pero nunca los valores que nos han hecho seguir adelante.

Hay un personaje bastante interesante en la segunda parte del Quijote llamado Sansón Carrasco. Este bachiller sale en dos ocasiones de la aldea para seguir a Don Quijote de la Mancha y enfrentarlo directamente en un duelo con intención de derrotarlo y hacerlo regresar a su casa. La primera vez, lo hace bajo la identidad de El Caballero de los Espejos y la segunda, como El Caballero de la Blanca Luna. Lo curioso de sus disfraces subyace en la simbología y la relación que tiene con la historia del Caballero de la Triste Figura.

Al inicio de la segunda parte, cuando Don Quijote y Sancho acaban de salir a buscar aventuras, hace su aparición el Caballero del Bosque, que al amanecer se revela como el Caballero de los Espejos. Don Quijote, al enfrentarse a duelo contra un caballero cubierto de pequeños espejos en su armadura, lo que ve es un reflejo de si mismo arremetiendo. 

Dice José Antonio Pérez Rioja en su libro Diccionario de Símbolos y Mitos: “Para el psicoanálisis, los sueños del espejo no son frecuentes, pero suelen tener hondo valor significativo: aparecen antes de la individualización, cuando es necesario encontrarse a sí mismo”. Don Quijote, antes de continuar con su aventura, debe encontrarse consigo mismo, el loco y valiente caballero se enfrenta con un reflejo de su realidad, contra el viejo hidalgo con armadura de cartón montado en un rocín flaco. En este encuentro, Don Quijote sale victorioso, es vencedor en una justa donde derrota a su realidad, para así poder seguir adelante en su imaginada aventura.

Finalmente, el valeroso Caballero de los Leones debe enfrentar a su más terrible enemigo, quien habrá de derrotarlo inevitablemente: el Caballero de la Blanca Luna aparece de improviso ante Don Quijote y lo reta al duelo final de su aventura, en el que se decidirá el destino de el loco caballero. Con una fuerza superior, el Caballero de la Blanca Luna derrota a Don Quijote, quien abatido tiene que rendirse ante las condiciones de su verdugo; sin embargo, se rehúsa a perder el honor negando a lo que se ha aferrado en vida: el amor por su Dulcinea. Ese duelo sorpresivo en la gloria de su viaje, el duelo que Don Quijote enfrenta sin dudarlo ni un solo instante, marcó el fin del camino, la derrota en la lucha, pero no del alma ni del amor.

Viendo el paralelismo de la derrota y el final de la aventura con la muerte misma, Don Quijote triunfa al final, ya que conserva lo único que el Caballero de la Blanca Luna no le puede quitar a nadie: el honor y valor con que se enfrenta a la muerte y el legado inmortal que nuestras acciones dejan.

Cervantes mató a su personaje evitando así otro Quijote apócrifo como el de Avellaneda (1614), dando fin con broche de oro a las aventuras del caballero andante y provocando lágrimas donde sobraban las risas. Alonso Quijano, recuperado de su locura, les pidió disculpas a todos, en especial a su mejor amigo, quien no puede dejar de hacer pucheros y hablar con el agonizante Quijote planeando su próxima aventura.

La obra maestra de Cervantes nos hace reflexionar sobre lo que realmente vale la pena vivir y enfrentar, y recordar que aún después del encuentro con el de la Blanca Luna, todo lo aprendido de amistad y amor quedará grabado en el alma y en los corazones de quienes nos rodean.

En su locura, Alonso Quijano viajó y conoció el mundo al lado de un verdadero amigo, luchando en nombre de sus ideales y su amor, encontrándose y derrotándose a sí mismo y a las ataduras que querían imponerle; finalmente venció a la misma muerte al convertirse en un ser inmortal para todos quienes saben de él.


Dice el verso final del epitafio de Sansón Carrasco a Don Quijote: “morir cuerdo y vivir loco”, y yo no tengo nada más que agregar.


2 comentarios:

  1. Clérigo mirando la luna:

    ¿Cómo le hiciste para recordar tanto detalle? Escribo con franqueza y puedo decir -un tanto avergonzada- que mi primer acercamiento consciente con Don Quijote fue al conocer "La leyenda de la Mancha" de Mägo de Oz. Y mientras te leí fui atando cabos entre los párrafos y las canciones del disco.

    ¿Cómo sugieres abordar a Don Quijote? ¿Crees que nos tardaremos en promedio cinco años también? ¿Tienes otra referencia musical digna de escucharse?

    Un gusto pasar por tu blog.

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    1. Creo que cada quien tiene su propia historia con el Quijote. Lo que nadie debería hacer es rendirse de leerlo, ya que es una muy entretenida lectura.

      Mi consejo sería no soltarlo, si pasa más de una semana y no avanzas en la lectura, algo en ti te pedirá volverlo a iniciar. Se debe leer como se toma la cerveza, como se come el taco al pastor: rapidito antes de que se caliente/enfríe.

      Hablando de música relacionada con la literatura, Sombras del Este, de Saurom Lamderth, homenaje al Señor de los Anillos, de Tolkien.

      ¡Gracias por tu visita!

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