domingo, 17 de abril de 2016

Gabriel García Márquez, a dos años de la última mariposa amarilla

*Un 17 de abril de 2014, Gabo partió de este mundo, pero al igual que Melquiades, renace con cada uno que lee los secretos en sus letras

XALAPA, Ver.- Gabriel García Márquez murió un día como hoy pero de 2014, a los 87 años de edad, dejando atrás una extensa obra, producto de su trayectoria como escritor, novelista, cuentista, guionista, editor y periodista.

Publicó su obra maestra Cien Años de Soledad en 1967, que se convirtió en un clásico de la literatura latinoamericana con repercusión a nivel mundial, así como un referente del realismo mágico, movimiento literario en el que los eventos más maravillosos existen en la vida real y son vistos como algo cotidiano.

Con esa obra, Márquez se aseguró un lugar en la historia de la Literatura, con mayúscula, así como un espacio reservado entre los amantes de las letras, quienes consideran un sacrilegio no conocer a Gabo, como era llamado cariñosamente.

“A Gabriel García Márquez lo amas o lo odias, y aunque lo odies, es probable que te guste Cien Años de Soledad”, solía decir un profesor de la universidad al encargarnos leer a toda prisa la obra maestra del colombiano.

En 2008, la Feria Internacional del Libro en Guadalajara ofreció un homenaje al mexicano Carlos Fuentes. Presentes en ese evento estuvieron, además del homenajeado, Carlos Monsiváis, Sergio Ramírez, Steven Boldy y Gabriel García Márquez.

Moderó esa mesa Vicente Quirarte, quien al igual que todos los presentes en el auditorio, demostraba su emoción por ver reunidos en una plática de camaradería a tan grandes novelistas, inspiración de escritores y lectores.

Escucharlos platicar anécdotas de sus vidas como escritores novatos y conocer a través de ellos la bohemia de los sesenta en México, fue sencillamente cautivador. Pero cuando García Márquez rechazó el micrófono, la mitad del auditorio no entendió el gesto.

Quirarte sonrió y explicó lo que todos en la mesa y la otra mitad del auditorio sabían: Gabriel García Márquez escribía para no tener que hablar.

No importó. El mundo literario de México siempre tuvo una actitud de cariño y complacencia con el colombiano. Un lazo especial que se formó desde el momento en que llegó al país el 2 de julio de 1961. Un nexo que se afianzó cuando su contemporáneo Álvaro Mutis subió a su apartamento y le arrojó un pequeño libro. “Lea esa vaina, carajo, para que aprenda”, le espetó. El libro era Pedro Páramo, obra cumbre de la literatura mexicana, escrita por Juan Rulfo.

Márquez afirmó en su momento que ese texto mexicano influyó profundamente en su camino para continuar sus propios libros.

Una de las anécdotas más socorridas de Gabriel García Márquez es la que lo unió definitivamente con México. El legendario inicio de Cien Años de Soledad: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”, fue concebido durante un viaje con Mercedes, su esposa, y sus hijos, desde la Ciudad de México al puerto de Acapulco.

Era enero de 1965 y, según contó el mismo Gabo, al visualizar el inicio de su obra, desistió del viaje y corrió a su apartamento de la Ciudad de México a encerrarse año y medio para terminar su novela, armado de mucho papel y cigarrillos.

El resto es historia, Macondo se convirtió en un lugar único, que a la vez era cada pequeño pueblo latinoamericano, con sus sufrimientos, fugaces alegrías y perpetua soledad.

Años después, en 1982, cuando recibió el Premio Nobel de Literatura, García Márquez señaló que aspiraba que esa soledad entre los pueblos latinoamericanos, desde el norte de México hasta el sur de Chile, pudiera disolverse en una utopía “donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”.

Gabo murió hace ya dos años, pero podrían pasar más de cien, y en México y todo el mundo él seguirá hablando a través de sus letras, como lo prefería.





viernes, 8 de abril de 2016

El Clérigo que miró la Luna

Este blog, o una versión muy antigua del mismo, nació hace unos 10 años. En aquél entonces, el internet se abría paso para atraparnos en una vida aún más sedentaria de la que ya la televisión se había encargado de condenarnos.

Era el tiempo en de los pequeños celulares con solamente el servicio de SMS para mensajería y el juego de la viborita como máxima distracción.

MSN Messenger reinaba en esos años y todos teníamos una cuenta de Hotmail para poder usar ese simpático programa de chat en el que comenzó la era de los emoticonos y los añorados zumbidos.

Otro de los servicios que ofrecían las cuentas de Hotmail eran los llamados Espacios (Windows Live Spaces, antes MSN Spaces), que eran una página de internet donde podías poner tus textos, fotos, e incluso algunos gadgets de música y video. Ofrecían una gran variedad de opciones para personalizarlos y permitían recomendar otros Espacios. En una época en el que aún no se popularizaban tanto los blogs, los Espacios amateur gozaron de gran popularidad durante algún tiempo.



Así nació El Clérigo mirando la Luna. Un Espacio con fondo negro y letras rojas, donde pequeños cuentos y poemas, cartas y reflexiones de un adolescente encontraban un lugar para ser mostrados. Aún no había tanto riesgo, o más bien, pocos sabíamos de los peligros de exponer tu vida en la red, y el Espacio era tu medio de expresión: lo actualizabas y esperabas los comentarios de tus amigos.

No duró muchos años. Luego de la  popularización de plataformas como Hi5, Metroflog y el Facebook, en algún momento (2011) los Espacios dejaron de existir debido a su baja cantidad de visitas. Con ellos se quedaron muchísimos recuerdos y algunas obras de arte de aquéllos jóvenes y adultos que comenzaban a adentrarse en el mundo que después se denominaría "redes sociales".

Algunos aceptaron el cambio de plataforma y se convirtieron en bloggers, algunos, como yo, dejamos los textos y fotos perdidas, esperando el momento en que las letras volvieran a cosquillear en la punta de los dedos...